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Isaías y el Rey siervo sufriente

La buena noticia más extraña

En el libro de Isaías, los capítulos 1-39 describen juicio, esperanza y un futuro Rey mesiánico. La promesa de Dios a David fue dada a todas y cada una de las generaciones de descendientes de David. Uno por uno, todos ellos fallaron en ser fieles, por lo que no heredaron el cumplimiento de la promesa. Su infidelidad dio lugar al exilio de Israel a Babilonia, un acontecimiento catastrófico que sacudió la fe de Israel hasta la médula. Isaías 39 nos dejó con muy pocas esperanzas para Israel o el linaje de David. Pero al llegar a Isaías 40 entramos en un nuevo mundo de esperanza. Desde las puertas oímos una voz que anuncia:

“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo de servicio duro es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que ha recibido de la mano de Jehová el doble por todos sus pecados” (Isaías 40:1-2, RVR).

El punto de vista de esta voz profética se sitúa después del exilio, que aquí se describe como un período de “servicio duro” que se produjo como resultado de los “pecados” de Israel. Ahora que Israel ha pagado sus deudas, Dios anuncia el “consuelo” (en hebreo, nakham) de que ha amanecido un nuevo día. Lo que viene a continuación es un poema bíblico muy famoso:

“Una voz clama: ‘Preparen en el desierto camino al Señor; Allanen en la soledad calzada para nuestro Dios. Todo valle sea elevado, Y bajado todo monte y collado; Vuélvase llano el terreno escabroso, Y lo abrupto, ancho valle. Entonces será revelada la gloria del Señor, Y toda carne a una la verá, Pues la boca del Señor ha hablado’” (Isaías 40:3-5, NBLA).

Dios va a regresar a su tierra cruzando la gran extensión de desierto que se extiende entre Babilonia y Jerusalén. Su gloriosa presencia va a residir en el templo una vez más, como lo hizo en los días de Salomón. Será entonces cuando se cumpla la gran promesa hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones (recuerda Génesis 12:1-3). No solo eso, sino que Dios va a guiar a los exiliados israelitas de regreso a su tierra:

“Miren, el Señor Dios vendrá con poder, Y Su brazo gobernará por Él. Con Él está Su galardón, Y Su recompensa delante de Él. Como pastor apacentará Su rebaño, En Su brazo recogerá los corderos, Y en Su seno los llevará; Guiará con cuidado a las recién paridas” (Isaías 40:10-11, NBLA).

Después de este gran anuncio, nuestras esperanzas vuelan alto. Esperamos el regreso del exilio, que Dios vuelva a morar en el templo, y que todas las naciones vengan y participen en la gloria que se avecina.

Pero ahí no es a donde se dirige el poema. En su lugar, se enfoca en la respuesta de los israelitas, a este gran anuncio de esperanza.

“¿Por qué dices, Jacob, y afirmas, Israel: ‘Escondido está mi camino del Señor, Y mi derecho pasa inadvertido a mi Dios’” (Isaías 40:27).

Corte de justicia poética

Al parecer, los israelitas aún están amargados por el exilio y creen que su Dios los ha ignorado y abandonado. La respuesta de Dios es la que encontramos en Isaías 41-47. Todos estos poemas están diseñados a modo de corte de justicia poética. Dios presenta su caso, afirmando ser el Creador del mundo y el Señor de la historia.

La “prueba A” consiste en el hecho de que, tal y como prometió a través de Isaías (véase Isaías 13:17), Dios levantó a los persas y a Ciro, su rey, para derrocar a Babilonia, que los llevó al exilio (véase Isaías 41:2-5, 41:25, 45:13).

La “prueba B” es el exilio en sí. ¡Esta tragedia no fue el resultado de la negligencia de Dios! Más bien, se produjo como resultado de la idolatría y la infidelidad de los israelitas (véase Isaías 43:22-28).

La “prueba C” es la caída de Babilonia en sí, que es el tema central de los capítulos 46-47. Esta es una demostración de la justicia de Dios a favor de Israel, ya que derribó a su antiguo opresor.

Todas estas pruebas deberían provocar un cierto efecto en el pueblo del pacto de Dios. Al experimentar el poder, la gracia y la providencia de su Dios, los israelitas deberían sentirse motivados a convertirse en “siervos” de Dios y dar testimonio de su justicia y misericordia ante todas las naciones. De esto trata el poema de Isaías 42. La idea era que el exilio castigaría y purificaría a Israel (como Isaías dijo en Isaías 1) para que se convirtieran en “luz de las naciones” (42:6) y desataran la justicia de Dios en el mundo. Pero eso no fue lo que sucedió, y el capítulo 48 se dedica por completo a exponer este punto.

En Isaías 48, Dios acusa a los israelitas del periodo posterior al exilio de continuar con su lealtad vacía e idolatría, lo que en última instancia los descalifica para ser siervos de Dios ante las naciones. En su lugar, Dios dice que va a hacer “una cosa nueva, oculta y desconocida” (48:6), y luego, como un rayo caído del cielo, oímos una nueva voz que habla en Isaías 48:16: “He aquí que el Señor, el Señor me ha enviado, revestido de su Espíritu”.

¿Quién es este? Ya hemos oído hablar de líderes con el poder del Espíritu en Isaías, el Rey mesiánico de la descendencia de David, descrito como el vástago del tronco de Jesé en Isaías 11:1, (DHH). Fue revestido con el Espíritu de Dios siete veces (véase Isaías 11:1-3). Y ahora parece entrar en escena después del exilio. Sin embargo, en este momento la historia es más compleja; no solo tiene una tarea por hacer entre las naciones, como describe Isaías 11. También tiene que llevar a cabo una tarea entre los propios israelitas, que están tan endurecidos como siempre con su Dios. Este es el punto principal de Isaías 49-55, describe la misión de este nuevo siervo, primero a Israel y luego a todas las naciones.

Isaías 49 describe como a este individuo, “siervo de Yahweh”, se le da el título de “Israel” (49:3) y se le encomienda la tarea de traer justicia y buenas noticias a las naciones. Luego, en Isaías 49:7, descubrimos que este siervo es “despreciado y aborrecido por la nación”. Esta pequeña y ambigua descripción se desarrolla en los capítulos siguientes. El siervo nos dice que su mensaje es rechazado por sus compañeros israelitas, y que es golpeado y abandonado (Isaías 50). Sin embargo, el siervo tiene un mensaje de buenas noticias: Dios va a cumplir sus grandes promesas y traer su reino sobre todas las naciones (capítulos 51-52). Pero eso va a suceder de una manera sorprendente. ¡Se nos dice que Dios va a enviar mensajeros con buenas noticias!

“¡Tu Dios reina como rey! … Yahweh mostrará su brazo santo ante todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (Isaías 52:7b, 10 TPB).

¡Suena increíble! ¿Cómo sucederá?

No como uno esperaría. El poema que viene después de este dramático anuncio es el famoso poema del “siervo sufriente” de Isaías 53 (para ser precisos, va de Isaías 52:13 a 53:12). Oímos hablar del siervo de Dios que se nos presentó en los capítulos 48-49, y de cómo Dios lo va a exaltar enalteciéndolo al permitir que sea rechazado y golpeado.

¿Qué?

El centro del poema está en boca de un grupo llamado “nosotros”, que cuenta la historia del siervo. Dicen que al principio les pareció un ser insignificante, despreciable, abandonado por Dios y rechazado por la gente. No había nada en el siervo que llamara la atención o pareciera ser importante (Isaías 53:1-3). Sin embargo, luego reconocen que no podían estar más equivocados (Isaías 53:4-6). En realidad, el siervo estaba sufriendo y muriendo en nombre del pecado y la infidelidad de Israel. Fue Israel quien rechazó al siervo de Dios, llevándolo a la muerte y matándolo (Isaías 53:7-9). Pero así como los hermanos de José planearon hacerle mal para destruirlo, Dios dirigió su maldad para que resultara en bien (¡recuerda Génesis 50:20!). En realidad, el misterioso propósito de Dios era que el siervo muriera a manos de Israel a causa de su pecado y en nombre de su pecado (Isaías 53:10). Su muerte desempeñaría el papel de ofrenda expiatoria (¿recuerdas Levítico 5-6?), proporcionando expiación por su maldad.

Afortunadamente, este no es el final de la historia del siervo. Después de su rechazo y muerte, de repente leemos que el siervo “verá su descendencia y prolongará sus días” y “verá la luz y quedará satisfecho” (Isaías 53:10-11). Oímos que su muerte fue en realidad lo contrario de un fracaso. Fue su forma de “llevar los pecados” de su pueblo para que los culpables “puedan ser declarados justos” ante Dios (53:11b). El culpable Israel, que no solo terminó en el exilio por sus pecados, sino que también mató al siervo de Dios enviado a ellos, es declarado “justo”, no por nada que hayan hecho, sino por lo que el siervo hizo en su nombre.

¿Qué es esto? ¿Acaso estoy leyendo el Nuevo Testamento?

No. Tú estás leyendo el libro de Isaías. Pero ahora puedes ver por qué el libro de Isaías, junto con los Salmos, son los libros del Antiguo Testamento más citados por Jesús, ¡así como por los apóstoles que escribieron el Nuevo Testamento!

El resto de Isaías muestra cómo el siervo forma entonces un grupo de “descendientes” (literalmente en hebreo, “simiente o semilla”), que escucharán su voz y lo seguirán a la nueva creación de Dios. Enfrentarán persecución en los días oscuros que se avecinan (descritos en Isaías 56-59 y 63-65a), pero finalmente heredarán la nueva Jerusalén que Dios tiene reservada (Isaías 60-62). La historia termina con Dios trayendo justicia final y una creación renovada (Isaías 65-66), donde todas las naciones son invitadas al Reino de los siervos de Dios.

El libro de Isaías es realmente extraordinario. La historia completa de Israel y la Biblia misma se resumen y se proyectan hacia el futuro. La poesía y las narrativas de este libro fueron fundamentales para Jesús y su entendimiento de la misión del Reino de Dios. Puedes ver por qué eligió el libro de Isaías para leer en voz alta cuando finalmente hizo pública su misión en Nazaret (ver Lucas 4). Isaías fue incluido en los libros de la Biblia hebrea que Jesús examinó con sus discípulos después de la resurrección, mostrándoles que todo había sido anticipado en la “Torá, los profetas y los Salmos” (Lucas 24:44-49). El libro de Isaías fue fundamental para los primeros seguidores de Jesús y ayudó a motivar su misión de llevar la buena noticia a las naciones (véase Hechos 13:47).

En última instancia, el retrato de Isaías del rey siervo sufriente como el verdadero vencedor de la maldad humana no surgió de la nada. Es un desarrollo profundo de esa extraña imagen poética que nos fue presentada en Génesis 3:15, sobre la semilla o simiente sufriente de la mujer que destruiría a la serpiente:

“Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón” (Génesis 3:15).

Descubrimos que así es como Dios vencería la horrible maldad que ha engañado a la humanidad haciéndola creer que es Dios. Así es como Dios se convertirá en el vencedor de la maldad humana que resultó de ese trágico error. Dios enviaría a un hijo de Eva para vencer al mal permitiendo que el mal lo venciera a él, y luego vencería ese poder de muerte con su amor y vida eterna.

Hay una razón por la que el poema de Isaías 53 comienza con la frase “buena noticia”, y también hay una buena razón por la que las cuatro historias de Jesús en el Nuevo Testamento recibieron el llamado de “La buena noticia” o “El evangelio”. Es la buena noticia más extraña que jamás escucharás, pero también la mejor de todas. Es la historia de la derrota del mal por parte de Dios para que tú y yo podamos ser rescatados de la condición humana, de la muerte que vemos a nuestro alrededor y de lo que encontramos dentro de nosotros mismos. En esta historia de la muerte y resurrección del siervo, descubrimos el amor de Dios que nos guía a la vida verdadera.

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