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Salomón: ¿Amarlo u odiarlo?

Una historia de sabiduría, riqueza y muchas mujeres

El rey Salomón es uno de los reyes más conocidos del antiguo Israel. Fue el segundo hijo de David y Betsabé, y expandió las fronteras y la economía de Israel más que ningún otro rey de la historia de Israel. Puedes encontrar la historia de Salomón (su nombre se pronuncia Shlomo en hebreo) en 1 Reyes 1-11. Su nombre deriva de la palabra hebrea que significa “paz” (pronunciada shalom), y la paz, de hecho, es una de las cosas por las que se le recuerda. No hubo grandes guerras durante la mayor parte de su reinado. Los autores bíblicos recuerdan esta época como un periodo de abundancia:

“Y Judá e Israel vivieron seguros, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de Salomón” (1 Reyes 4:25).

Salomón debió de ser un rey asombroso para que Dios bendijera su reinado con tanta riqueza y paz, ¿verdad? Sería comprensible que pensaras así, ya que muchos de los relatos sobre él exaltan su sabiduría, su riqueza y el enorme tamaño de su reino. Sin embargo, hay más de lo que se ve a simple vista cuando hablamos del glorioso reinado de Salomón. Mucho más, en realidad.

La historia de Salomón es un ejemplo perfecto de la brillante sutileza de los autores bíblicos. En lugar de decir: “Fulano de tal era realmente asombroso, e hizo todo lo correcto a los ojos de Dios”, la mayoría de las veces se limitan a presentarte las decisiones tomadas por un personaje bíblico para luego mostrarte el resultado. En lugar de terminar con un resumen moral ordenado, te dan espacio para que medites y reflexiones en lo bueno que tenía ese personaje y en lo que le faltaba.

El comienzo de todo

La historia de Salomón comienza con David en su lecho de muerte, dando a Salomón un último encargo de permanecer fiel al pacto entre Dios e Israel (1 Reyes 2:1-4). Pronto se nos dice que “Salomón amaba al Señor, andando en los estatutos de su padre David” (1 Reyes 3:3), pero esto aparece justo después de que descubrimos que “formó una alianza matrimonial con el faraón, rey de Egipto, y tomó a la hija del faraón y la llevó a la ciudad de David” (1 Reyes 3:1). ¿Cómo? ¿Acaso eso fue una buena idea? ¿Cómo es posible que Salomón haya hecho algo así y luego reciba el elogio del narrador por su amor al Señor? Quizá Salomón puede mantener su lealtad al Dios de Israel mientras negocia una alianza matrimonial con Egipto (quizá los egipcios han cambiado después de haber esclavizado a Israel durante más de 400 años)...

Pero lo dudo.

A continuación, Salomón tiene un sueño (1 Reyes 3:5-15) en el que Dios le ofrece todo lo que quiera. ¡Qué maravilla! En lugar de pedir dinero o poder, pide sabiduría para poder gobernar al pueblo de Israel con integridad. A Dios le agrada tanto esta respuesta que le da sabiduría a montones, además de riqueza y poder. Este es el contexto de la famosa (y extraña) historia de las dos mujeres que acuden a Salomón, ambas afirman ser la madre de cierto niño (1 Reyes 3:16-28). Es una ilustración de su sabiduría; es un hombre que puede ver más allá de lo superficial y discernir los motivos y el carácter de las personas.

Vaya, creo que me equivoqué con Salomón. Este tipo es digno de confianza.

A continuación viene una lista de los funcionarios de Salomón (1 Reyes 4), lo cual tiene sentido. Si va a expandir el reino, necesita un equipo de gobierno sólido y centralizado. Así que leemos la lista y nos topamos con un tal “Adoniram, hijo de Abda, que estaba sobre los hombres sujetos a trabajo esclavo” (1 Reyes 4:6). Espera, ¿qué? ¿Trabajo esclavo? ¿Entre los israelitas? Creía que la esclavitud era algo del pasado de Israel, que había quedado atrás en Egipto, algo a lo que un israelita nunca debía someter a otro... Pero aquí está Salomón, reclutando israelitas para realizar trabajos forzados (la palabra hebrea es mas, la misma que se utilizó para describir la esclavitud de los israelitas a los egipcios, véase Éxodo 1:11). No estamos seguros de cómo nos sentimos al respecto, pero, a pesar de todo, enseguida vemos los frutos de todo este trabajo: todo el mundo está feliz en Israel, comiendo y bebiendo (1 Reyes 4:20) y disfrutando de los beneficios de las grandes contribuciones fiscales procedentes de los vecinos de Israel (1 Reyes 4:21). Con todo ese dinero, Salomón pudo alimentar al personal real con ganado engordado, ovejas, ciervos, gacelas, corzos y aves selectas (1 Reyes 4:23). Tenía cuatro mil establos para los caballos de sus carros y doce mil caballos (1 Reyes 4:26). Supongo que necesitaba todo eso si quería tener un ejército permanente para proteger esas fronteras gigantescas...

La casa de Dios y la casa de Salomón

Probablemente a Salomón se le conoce sobre todo por patrocinar y supervisar la construcción del templo de Jerusalén (1 Reyes 6-8). Gran parte de esta sección se parece a esos planos detallados que leíste sobre el tabernáculo sagrado construido en tiempos de Moisés (véase Éxodo 25-31). Es estupendo que Dios habite en medio de su pueblo en una estructura elaborada y ornamentada. Y este edificio es exuberante. Por ejemplo, el "lugar santísimo" (o "santo de los santos") del tabernáculo era un cubo perfecto (10 codos cuadrados), pero el de Salomón era el doble de grande (¡20 codos cuadrados! Véase 1 Reyes 6:20). Hizo otros dos querubines gigantes de oro para que cubrieran con su sombra a los dos que ya había encima del arca (1 Reyes 6:23-28). Se trata de un espacio tan increíble que seguramente está destinado a honrar la reputación del Dios de Israel. Al concluir el relato de la construcción, se nos dice que "Salomón empleó siete años en construir el templo" (1 Reyes 6:38).

Eso es mucho tiempo. Luego, leemos la siguiente frase:

"Salomón edificó su propia casa, y en trece años la terminó toda". (1 Reyes 7:1)

¿Cómo se supone que debemos tomar una afirmación así? ¿Se trata solo de un hecho, sin juicio de valor? ¿O es una crítica sutil que pone de manifiesto que la sabiduría de Salomón era superficial y que su ego se estaba expandiendo junto con su reino? Hay que seguir leyendo...

Salomón construye su enorme palacio, así como un palacio para la hija del faraón (1 Reyes 7:1-12), no la olvidemos. Luego Salomón amuebla el templo (1 Reyes 7-8) y dedica la totalidad de las instalaciones con una hermosa oración y una elaborada ceremonia de alabanza y adoración. Dios parece aprobarlo todo, porque su gloriosa presencia divina viene a llenar el templo en forma de nube (1 Reyes 8:10-11), al igual que llenó el tabernáculo en tiempos de Moisés (recuerda Éxodo 40:35-40).

Así que quizá la esclavitud y el matrimonio con la hija del faraón no fueron para tanto. Sin duda, Dios respaldó el reino de Salomón…

Pero la historia no terminó ahí...

Otro sueño y una visita sorpresa

Después, Salomón tiene otro sueño-visión (1 Reyes 9:1-9). Dios le advierte que le rinda lealtad de todo corazón y que no siga a los dioses de los vecinos de Israel. De lo contrario, “este templo se convertirá en un montón de escombros” (1 Reyes 9:8), lo que sería una lástima. ¡Es tan lujoso!

Tras el segundo sueño se nos ofrece una larga lista de logros adicionales de Salomón. Vemos que utilizó mano de obra esclava para construir (1 Reyes 9:15). Nos enteramos de que el faraón, el rey de Egipto, atacó la ciudad de Gezer, quemó a todos sus habitantes y luego se la ofreció como regalo de bodas a su hija cuando se casó con Salomón (1 Reyes 9:16-17). Y se nos habla de las enormes cantidades de oro que la flota de barcos de Salomón traía regularmente (1 Reyes 9:26-28).

A estas alturas ya sabes qué hay que preguntarse: ¿Todo esto debe impresionarnos o hacernos sospechar?

Para colmo, encontramos una larga historia sobre la reina de Sabá, que viajó desde lejos para ser testigo de la sabiduría y la riqueza de Salomón (1 Reyes 10:1-13). Trajo regalos de oro, especias y piedras preciosas, y quedó totalmente asombrada por el tamaño y el alcance de su palacio. Esto conduce a una última lista del esplendor de Salomón (1 Reyes 10:14-29). Esta lista hace referencia a los enormes escudos de oro que Salomón colocó por todo su palacio; al gran trono de marfil y oro, flanqueado por enormes leones; y a la enorme flota de caballos que importaba regularmente de Egipto. Ya sabes, el tipo de importaciones que querría cualquier rey del antiguo Oriente Próximo.

Sin duda, debemos admirar a este hombre. Pidió sabiduría y Dios le dio también riqueza y éxito. Esta es la sabiduría de Proverbios en acción, ¿verdad? Ama a Dios, hónralo, ¡y él te recompensará! De eso trata esta historia, ¿verdad? Sé una buena persona, como Salomón, y Dios hará realidad tus sueños más descabellados...

De nuevo, sería comprensible que sacaras esta lección de la historia de Salomón, si no hubieras leído toda la historia desde Génesis hasta 2 Samuel y hasta este punto. Sin embargo, ya sabes un par de cosas sobre el corazón humano desde el punto de vista de los autores bíblicos. Y también te habrá llamado la atención una ley realmente importante que Moisés dio a Israel sobre cómo debían comportarse sus futuros reyes.

“Cuando entres en la tierra que el Señor tu Dios te da, y la poseas y habites en ella, y digas: ‘Pondré un rey sobre mí, como todas las naciones que me rodean’, ciertamente pondrás sobre ti al rey que el Señor tu Dios escoja, a uno de entre tus hermanos pondrás por rey sobre ti; no pondrás sobre ti a un extranjero que no sea hermano tuyo. Además, el rey no tendrá muchos caballos, ni hará que el pueblo vuelva a Egipto para tener muchos caballos, pues el Señor te ha dicho: ‘Jamás volverán ustedes por ese camino’. Tampoco tendrá muchas mujeres, no sea que su corazón se desvíe; ni tendrá grandes cantidades de plata y oro”. (Deuteronomio 17:14-17)

Salomón transgredió casi todos los detalles de esta ley, ¡hasta el punto de los caballos de Egipto! Ahora puedes ver por qué el autor bíblico de 1 Reyes 1-10 profundizó en todos esos detalles. Salomón era un personaje polifacético, como todos los que hemos conocido hasta ahora. Si te preguntas a dónde llevaron a Salomón todas estas decisiones, solo tienes que pasar la página al capítulo 11 de 1 Reyes. Su alianza matrimonial no terminó con Egipto. Condujo a muchas (¡cientos!) más, y finalmente todos estos matrimonios apartaron su corazón de la plena lealtad al Dios de Israel. Toda aquella riqueza y abundancia que creías que eran una señal de la bendición divina, ahora tienen un aspecto muy distinto. Parece la historia de una lenta pérdida de lealtad que, al final, terminó en desastre..

Nos encontramos de nuevo en el punto de partida: Saúl fue el primer rey que cayó, luego tenemos el fracaso moral de David, y ahora Salomón. Cuando sigas leyendo 1 y 2 Reyes, verás que todos los reyes de Israel siguen sus pasos. ¿Y qué de esa advertencia divina sobre el glorioso templo convertido en escombros? Se hará realidad, al concluir el libro de los capítulos 24-25 de 2 Reyes.

Al final, ¿qué aprendemos de todo esto?

Salomón lo tenía todo a su favor, y ninguna de las decisiones que tomó al principio de su reinado parecía maliciosa o malintencionada. Pero poco a poco, a medida que fue avanzando en la vida, su corazón se volvió insensible. Como resultado, su gran sabiduría, que antes representaba un don divino, se convirtió en un instrumento de beneficio propio y exaltación. Es una descripción realista del mismo defecto de carácter que vimos en la historia de Saúl. El autoengaño es, por definición, imposible de detectar por uno mismo. Nunca te darás cuenta de que estás yendo por el camino sin retorno. Nadie se propone arruinarse la vida a propósito ni mucho menos arruinar la de otra persona, pero ocurre todo el tiempo.

Las historias de Salomón son otra advertencia de que debemos tomarnos en serio nuestro propio lado oscuro. También sirve como señal de esperanza de que Dios no dejará que los fracasos de su pueblo tengan la última palabra. Su promesa a David sigue en pie (recuerda 2 Samuel 7). Si Salomón no es el rey prometido que gobernará sobre las naciones para siempre, cuando llegue ese rey futuro será "como Salomón", menos todas las partes negativas. Lee el Salmo 72, una promesa del futuro rey del linaje de David, y ¡dime si no se parece al reino de Salomón! La esperanza del futuro Rey mesiánico se convierte en un indicador más de la fidelidad de Dios frente a la infidelidad humana. De este modo, las malas noticias sobre Salomón apuntan hacia las buenas noticias del futuro que llegarán con el Rey Jesús.

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