La serpiente morderá su talón y él aplastará su cabeza
Al principio de la Biblia, Adán y Eva viven con Dios en el jardín del Edén. Pero los humanos son rápidamente inducidos a rebelarse por una serpiente que persuadió a Adán y Eva a rebelarse contra los mandatos de Dios.
Esta rebelión condujo a la vergüenza y a la separación del ideal del Edén de la humanidad. Pero en esta historia, Dios hace una de sus primeras promesas en la Biblia. Es un plan de rescate para restaurar a la humanidad a su lugar en el jardín. Dios promete que la semilla de la mujer, un día se levantaría contra la serpiente para aplastarle la cabeza, pero la serpiente heriría el talón del aplastador de serpientes. Es una promesa confusa sin más explicación hasta más adelante en la historia, cuando Dios le hace otra promesa a un hombre llamado Abraham.
Dios le promete a Abraham que, a través de sus descendientes, todas las naciones iban a ser bendecidas. Y además, promete a uno de esos descendientes, Judá, que un gran rey vendría de su linaje. Este rey iba a destruir a la serpiente y cumpliría la promesa que Dios le hizo a Abraham.
Pero uno a uno, los reyes de Israel no logran destruir a la serpiente ni restaurar a la humanidad. De hecho, terminan siguiendo los mismos patrones de rebelión contra Dios. Cuando la Biblia hebrea llega a su fin, el rey prometido aún no ha llegado.
El Mesías y el aplastador de serpientes
El Mesías era el rey prometido a Israel que derrotaría al mal y restauraría a la humanidad al ideal del Edén. Cuando Jesús, un hijo del linaje de David y Judá, llegó a la escena, dijo que había llegado para dar lugar al Reino de Dios. Él era el Rey que el pueblo había estado esperando. Pero, en su misión por destruir la maldad humana, él mismo fue destruido, asesinado en una cruz por las mismas personas a las que había venido a salvar.
No es el final de la historia
La muerte de Jesús cumplió la promesa que Dios había hecho en el jardín. El mal había herido el talón del Mesías, pero aún así, el Mesías derrotó al mal, expiando los pecados de toda la humanidad. Cuando Jesús resucitó de la muerte, afirmó su autoridad suprema sobre la muerte y la maldad, asestándole un golpe fatal a la serpiente.