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Antiguos rituales y nuevas realidades

El día de la expiación y la muerte de Jesús

En el contexto de la cultura del antiguo Israel, los sacrificios de animales eran símbolos sagrados del amor y la misericordia de Dios. Estos símbolos apuntaban al futuro poniendo de relieve la gran brecha existente entre Dios y su pueblo, incluso cuando moraba entre ellos. Es una tensión que se resolvió definitivamente en la vida, muerte y resurrección de Jesús. De hecho, muchas de las formas en que se habla de la muerte de Jesús en el Nuevo Testamento no tienen sentido sin una comprensión básica del significado del sacrificio en el Antiguo Testamento. En este artículo, vamos a enfocarnos en un ritual sacrificial concreto y sus conexiones con la muerte de Jesús: el día de la expiación.

El día de la expiación

Probablemente te habrás dado cuenta (sobre todo si has visto el video sobre Levítico de que el día de la expiación tiene algo especial. Se encuentra en el centro mismo de Levítico. El día de la expiación es llevado a cabo por el sumo sacerdote y es el único día sagrado del calendario de Israel que tiene su propio capítulo en Levítico. Todos estos sacrificios y rituales antiguos cumplían simbólicamente una serie de cosas:

  1. Disuadían/alejaban a Israel de pecar (arrepentimiento);
  2. Proporcionaban un “pago” simbólico por el duro costo (o “deuda”) de la infracción (rescate);
  3. Proporcionaban una purificación simbólica a la comunidad y al templo del vandalismo contagioso causado por el pecado (purificación);
  4. Todo lo anterior hizo posible que Dios mantuviera su presencia con su pueblo sin comprometer su justicia divina (relación de pacto).

Cada uno de los cinco tipos de sacrificios (véase Levítico 1-7) y los rituales de pureza (Levítico 8-15) se centran en distintas partes de estos cuatro propósitos, pero el día de la expiación los reúne a todos en una exhibición vívida y muy pública. Los israelitas introdujeron mucho pecado, y por consiguiente daño y contaminación, en su comunidad y en la presencia del templo. Era imposible ofrecer un sacrificio por todas y cada una de las maldades de Israel. Seguramente había pecados y ofensas que permanecían en secreto o que nunca se confesaban, como la conducta sexual indebida, la idolatría o el robo. Por eso, cada año, el sumo sacerdote entraba en la tienda y hacía sacrificios expiatorios, primero por él y su familia (Levítico 6, 11, 16:3), y luego por toda la familia de Israel (Levítico 7, 15, 16:5). Recuerda que se trataba de una fiesta muy pública, por lo que toda la comunidad dejaba todo de lado para presenciar este ritual.

Rescate: pago de una deuda

En primer lugar, estas ofrendas por el pecado y los holocaustos “cubrían” simbólicamente el costo relacional real del pecado y las malas conductas de las personas. El pecado es el fracaso moral de los seres humanos y crea un daño real, ya sea una quiebra económica o relacional. Dios no quiere matar a su pueblo por su maldad. Más bien quiere mostrarles misericordia. Dios proporcionó estos animales como medio de pago simbólico, mostrando que el pecado es la destrucción de todo lo que es bueno, de la vida misma. Mediante estos sacrificios, Dios cubre a su pueblo de modo tal que deja bien claro la horrenda naturaleza y el costo de su pecado.

Purificación: limpieza de la contaminación

En segundo lugar, la aspersión de sangre “limpiaba” simbólicamente la tienda para quitarle los pecados del pueblo corrupto que vivía en medio de Dios. El sumo sacerdote rociaba la sangre de los sacrificios en lugares clave para “expiar” o “cubrir” los pecados de Israel, como si los quitara de la tienda mediante este lavado. Esto se hacía en todas las zonas del templo, pero lo más importante era cuando el sacerdote llevaba la sangre al fondo mismo del espacio sagrado, al lugar santísimo. Allí se encontraba el arca del pacto, el punto de acceso de la presencia de Dios en medio de Israel. Rociar la sangre en este espacio sagrado era la forma suprema de purificación. Los israelitas, por así decirlo, habían amontonado basura en el espacio vital de Dios durante todo el año. Ahora cada pedacito de basura era eliminado y “lavado” por la sangre del sacrificio. El lugar donde se superponían el espacio de Dios y el de Israel volvía a ser puro y sin distorsiones, al menos durante un año más.

Arrepentimiento: alejarse del pecado

En tercer lugar, Dios eliminaría el pecado del pueblo por gracia. De forma continua, estos sacrificios y su solemne recordatorio de las consecuencias de los pecados alejaban idealmente a los israelitas arrepentidos de sus malas decisiones. Sin embargo, el día de la expiación ofrecía un recordatorio más visual. De los dos machos cabríos ofrecidos por el pueblo (Levítico 8, 10, 16:5), uno de ellos, el “chivo expiatorio”, cargaba simbólicamente con los pecados de Israel. El chivo expiatorio sería enviado desde los muros de la comunidad al desierto (Levítico 16:20-22), “eliminando” los pecados de Israel de la comunidad.

Relación de pacto: mantener la presencia buena de Dios

En cuarto lugar, y lo más importante, todo esto forma parte de la misión de Dios de transformar a este pueblo quebrantado y rebelde en el pueblo santo que Dios los había llamado a ser. Para los antiguos israelitas, el día de la expiación se vivía como una expresión del amor de Dios. Quería que no les quedara ninguna duda de que, tras el día de la expiación, quedaban perdonados, renovados y con una cuenta nueva.

Conexiones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, la muerte de Jesús se describe como un sacrificio que cumplió la expiación. Los apóstoles utilizaron específicamente las palabras griegas que correspondían a las palabras hebreas para “expiación” (griego hilasterion, hebreo kipper), que, si recuerdas, significa literalmente “cubrir” la deuda de alguien. Todo lo que ves en Levítico, resumido en el día de la expiación, apuntaba a un tiempo anticipado por los profetas de Israel, cuando el pueblo de Dios ya no sería rebelde (véase Ezequiel 36:16-38), sino que sería perdonado de una vez y para siempre (véase Jeremías 31:31-34). Tras la vida, muerte y resurrección de Jesús, los primeros cristianos volvieron a leer libros como Levítico con una mirada totalmente nueva. Empezaron a ver que lo que Jesús había logrado era la realidad a la que apuntaban todos esos símbolos sacrificiales.

“Pues ya que la ley solo tiene la sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1).

Rescate: pago de una deuda

La muerte y resurrección de Jesús, al igual que un diamante, tiene muchas facetas de significado según el ángulo de tu mirada. Pero una de las frases más repetidas para describir lo que logró la muerte de Jesús es “pago de rescate” o “expiación”. Esto se lograba mediante algunos de los sacrificios diarios, pero el rescate también era el foco de atención en el día de la expiación.

“Pero en esos sacrificios hay un recordatorio de pecados año tras año. Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados” (Hebreos 10:3-4).

Solamente el Creador podía ofrecer el perdón de los pecados, ya que en última instancia se había pecado en contra de él. Puesto que el pecado humano introdujo la muerte en el mundo bueno de Dios, únicamente la ofrenda de la vida de un animal podía comunicar la gravedad de la maldad humana. Jesús ofreció su vida y su muerte como sustituto en nombre de los demás. Se convirtió en todo lo que somos: seres destinados a la muerte como consecuencia de nuestra maldad colectiva e individual. A cambio, nos dio su vida, abriendo un camino hacia un futuro lleno de perdón que va más allá de la muerte.

“Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

“En Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados…” (Efesios 1:7).

“... Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre…” (Romanos 3:25).

“Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo” (1 Pedro 1:18-19).

Purificación: limpieza de la contaminación

El ritual del día de la expiación proporcionaba un perdón seguro de los pecados, así como una purificación simbólica del templo y de la comunidad. Sin embargo, su aplicación era limitada y debía repetirse anualmente. Había algún tipo de deficiencia, no en el ritual, ¡sino en los seres humanos que rodeaban el templo! Era su pecado el que se acumulaba año tras año. Lo que se necesitaba era algo que purificara no solo el templo, sino el corazón humano corrupto y egoísta.

“Él se dio por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).

Y por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.

“¿Cuánto más la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno Él mismo se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” (Hebreos 9:14)

“... Y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

Arrepentimiento: alejarse del pecado

Por último, la ofrenda abnegada de la vida de Jesús hizo algo más que proporcionar perdón o purificación. Fue también un acto de amor destinado a cambiar a las personas. ¿Recuerdas los dos machos cabríos ofrecidos por el pueblo? El chivo expiatorio se enviaba simbólicamente fuera de la ciudad para eliminar los pecados de Israel. El objetivo era contemplar esta expresión de la misericordia de Dios y permitir que este amor divino impregnara y motivara una forma de vida totalmente nueva.

“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13:12).

Con la muerte de Jesús, nuestro pecado ha abandonado la ciudad. Dios ya no lo tiene en cuenta contra nosotros.

“Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).

“Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fueron ustedes sanados” (1 Pedro 2:24).

Relación de pacto: mantener la presencia buena de Dios

Al fin y al cabo, estos rituales tenían como objetivo sanar la relación fracturada entre Dios y su pueblo, para que pudieran convertirse en el tipo de seres humanos que él los había destinado a ser. Del mismo modo, la muerte de Jesús proporcionó una forma permanente de que la gente volviera a conectarse con la presencia del Dios vivo a pesar de sus fracasos.

“¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Corintios 3:16).

Mantener, cultivar y hacer crecer esta relación de pacto con Dios es un tema enorme, que merece la pena explorar por sí solo. Pero esperamos que establecer las conexiones entre el día de la expiación y el significado de la muerte de Jesús te ofrezca una nueva perspectiva del amor de Dios por ti. En Jesús vemos revelado el corazón de Dios, que prefiere morir antes que vivir sin nosotros.

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