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El exilio de los israelitas predicho por Moisés

La Tierra Prometida pasa a ser de Israel

Es posible que al leer los últimos capítulos de Deuteronomio te sientas un poco insatisfecho. Casi todas las tensiones de la trama que se han desarrollado desde los primeros capítulos de Génesis hasta la narración completa de la Torá ¡siguen sin resolverse! La familia de Abraham ya es muy grande, pero aún no están en la Tierra Prometida. Todas las naciones aún no han descubierto la bendición de Dios. Para complicarlo aún más, los israelitas siguen rebelándose y provocando su propia desgracia. Después de cuarenta años de aguantar a estos viajeros gruñones, y después de que Dios le diera a Moisés una alerta de spoiler, Moisés concluye su largo discurso prediciendo cómo va a desarrollarse la historia de Israel.

“El Señor se apareció en la tienda en una columna de nube, y la columna de nube se puso a la entrada de la tienda. Y el Señor dijo a Moisés: ‘Mira, tú vas a dormir con tus padres; y este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses extranjeros de la tierra en la cual va a entrar, y me dejará y quebrantará Mi pacto que hice con él’” (Deuteronomio 31:15-16).

La estrategia divina a la obra

La Torá concluye preparándote para una larga historia de fracasos en la Tierra Prometida. Esto es intencional. Forma parte de la estrategia de la narración global para ayudarte a ver la buena noticia en medio del fracaso. Este pasado funesto genera esperanza para el futuro. Piensa en cuántas veces hemos visto que un personaje de la Torá recibe algún tipo de orden o guía de Dios, responde con miedo, incredulidad o directamente desobediencia, y luego se enfrenta a las trágicas consecuencias.

Dios coloca a Adán y Eva en el jardín como portadores de la imagen divina de Dios, dotados de capacidad de elección, libertad y autoridad en este jardín templo.

Eligen comer del árbol del conocimiento del bien y del mal y definir por sí mismos el bien y el mal (Génesis 3:6). Sufren las consecuencias al ser desterrados del jardín (Génesis 3:23).

Dios advierte a Caín: “el pecado está agazapado a la puerta, desea poseerte” (Génesis 4:7).

Caín no hace caso de la advertencia, mata a su hermano Abel (Génesis 4:8) y es desterrado de la presencia del Señor (Génesis 4:16).

Dios le dice a Israel que no haga ídolos ni adore a otros dioses (Éxodo 20:1-6).

Los israelitas hacen un becerro de oro y lo adoran (Éxodo 32).

Uno de los temas más comunes y repetidos en la historia bíblica es cómo la gente elude constantemente a Dios y sus sabios mandatos. Esperábamos que, después de ser redimidos en el Éxodo, este "reino de sacerdotes" respondiera de otro modo. Seguro que presenciar las diez plagas y atravesar el mar los impulsaría a amar a Dios y a los demás y a cumplir la promesa de Dios de convertirse en una bendición para las naciones.

Los viejos hábitos son difíciles de erradicar

Sin embargo, pronto queda claro que eso no va a suceder. Al fin y al cabo, los israelitas son humanos. Sabemos cómo somos los humanos, tanto por experiencia personal como por Génesis 1-11. Así que, al final de Deuteronomio, Moisés fusiona la historia de Israel hasta ese momento con la historia de la rebelión de la humanidad en el jardín.

“Mira, yo he puesto hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Hoy te ordeno amar al Señor tu Dios, andar en Sus caminos y guardar Sus mandamientos, Sus estatutos y Sus decretos, para que vivas y te multipliques, a fin de que el Señor tu Dios te bendiga en la tierra que vas a entrar para poseerla. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, sino que te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y los sirves, Yo les declaro hoy que ciertamente perecerán. No prolongarán sus días en la tierra adonde tú vas, cruzando el Jordán para entrar en ella y poseerla” (Deuteronomio 30:15-18).

Si Moisés fuera un entrenador y diera este discurso a un equipo de jugadores a punto de salir al campo de juego, lo echarían. ¡Esta no es forma de inspirar a la gente, diciéndoles que su fracaso es seguro! Como hemos dicho antes, Moisés sabe todo sobre los corazones rebeldes de Israel. El Señor va un paso más allá y de hecho predice la continua rebelión de Israel y el consiguiente exilio de la Tierra Prometida. Pero Moisés tiene esperanza y tú también deberías tenerla.

Esperanza en el futuro

Si el cumplimiento de las promesas de Dios dependiera únicamente de la capacidad humana, la falta de esperanza sería una respuesta adecuada. Pero no es así. En esta historia, Dios ha sido siempre fiel y son sus promesas del pacto las que se están cumpliendo. Dios se ha comprometido a tener un pueblo del pacto que le ame, que se ame mutuamente y que se convierta en el vehículo de su bendición divina para todas las naciones. Esta historia nos muestra que esto nunca sucederá a menos que Dios logre un profundo nivel de transformación en el corazón humano. Las leyes fueron dadas a Israel para señalarles el camino hacia el amor a Dios y a los demás, pero paradójicamente las leyes solo señalaban lo quebrantados y egoístas que eran en realidad los israelitas.

"Si tus desterrados están en los confines de la tierra, de allí el Señor tu Dios te recogerá y de allí te hará volver. Y el Señor tu Dios te llevará a la tierra que tus padres poseyeron, y tú la poseerás; y Él te prosperará y te multiplicará más que a tus padres. Además, el Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:4-6).

Israel fracasará, como el resto de la humanidad. Pero tras su fracaso, Dios transformará sus corazones para que puedan llegar a ser todo lo que Dios los había llamado a ser. Los profetas del Antiguo Testamento que vinieron después del exilio tomaron estas promesas y las desarrollaron. Los apóstoles del Nuevo Testamento creían que esta nueva realidad del corazón transformado estaba ocurriendo a través de Jesús y de la venida del Espíritu Santo.

El profeta Ezequiel:

"Además, les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26).

El profeta Jeremías:

"Les daré un corazón para que me conozcan, porque Yo soy el Señor; y ellos serán Mi pueblo y Yo seré su Dios, pues volverán a Mí de todo corazón” (Jeremías 24:7).

El apóstol Pablo:

“Pues es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra; la alabanza del cual no procede de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2:29).

Lee más sobre la teología paulina del Espíritu en Romanos 8:1-17.

Los profetas y los apóstoles presentan al Mesías de Israel como el que verdaderamente obedecía la ley y amaba a Dios y al prójimo. Jesús fue el tipo de ser humano y el tipo de israelita que Dios quiso que fuéramos, pero que perpetuamente no logramos ser. Lo hizo en nuestro nombre para que los infieles recibieran la vida y la bendición en lugar de la muerte. Esto es, en definitiva, lo que esperaba Moisés: un día en que Dios transforme los corazones de su pueblo para que puedan amar a Dios y a los demás.

La conclusión de la Torá es un poco deprimente y el discurso de Moisés es sombrío y su predicción es grave. Sin embargo, el sentido de esta historia es que los seres humanos no podemos alcanzar la nueva creación por nosotros solos. Necesitamos ayuda urgente en lo más profundo, que es precisamente lo que Jesús vino a ofrecernos cuando hizo por nosotros lo que nunca podríamos hacer por nosotros mismos. Los Diez Mandamientos, todas las leyes de la Torá, el fracaso y la rebelión de Israel, todo ello apunta al futuro nuevo pacto de Dios que transformará los corazones de su pueblo. Solo así nuestra vieja humanidad y esta creación quebrantada podrán entrar en un nuevo futuro.

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