Leer los libros de los profetas bíblicos es todo un reto. Están escritos en un estilo poético y narrativo del hebreo antiguo, que es muy diferente de la poesía o la narrativa modernas. Además, estos libros suponen que el lector tiene una comprensión bastante buena de los dos últimos siglos que condujeron al trágico final de los reinos israelitas. Si has seguido la historia hasta ahora, leyendo desde Génesis hasta 2 Reyes, tienes una ventaja porque puedes situar a los profetas bíblicos en la historia que acabas de terminar de leer. En 2 Reyes 17-25, acabas de leer sobre la caída Israel, el reino del norte, a manos de los asirios en 722 a.e.c., seguida de la desaparición Judá, el reino del sur, a manos de los babilonios en 586 a.e.c.
Al llegar al libro de Isaías, la introducción (Isaías 1:1) te hace retroceder explícitamente en el tiempo 150 años, hasta la década anterior a la invasión asiria del reino del norte. Isaías vive en Jerusalén, en el sur de Judá, y en el horizonte ve la tormenta asiria que se avecina. Está convencido de que Israel, el reino del norte, está acabado, pero aún tiene esperanzas de que las cosas puedan cambiar para Judá y la familia de David, que gobierna en Jerusalén.
Recuerda la bendición divina
Ahora, un rápido resumen de la historia de fondo que Isaías supone que conoces. Recuerda que la historia de Génesis 12 en adelante nos cuenta que Dios eligió a Abraham tras la dispersión de Babilonia y le prometió convertirlo en una gran nación que sería mediadora de la bendición divina para todas las naciones (Génesis 12:1-3, 22:15-18). Esa promesa se fue llevando a cabo a medida que la familia de Abraham creció, fue sometida a la esclavitud en Egipto y luego fue rescatada de la esclavitud y llevada al pie del Monte Sinaí (Éxodo 1-18). Allí, en la montaña, Dios pidió a los israelitas que obedecieran todos los términos del pacto para que pudieran ser sus representantes sacerdotales ante todas las naciones (Éxodo 19:1-6). Sin embargo, a medida que avanzaba la historia, vimos cómo la familia de Abraham fracasa en esta tarea (¿recuerdas el libro de Jueces?) Dios levantó a David, un líder de la realeza que sería fiel en nombre del pueblo infiel. Pero incluso este líder fracasó (cometió adulterio y asesinato). Así que Dios prometió que, en el futuro, el líder ideal para Israel vendría a través del linaje de David. El relato clave fue 2 Samuel 7, con la promesa de Dios de que surgiría un rey fiel que guiaría a Israel hacia la fidelidad. Este rey gobernaría sobre las naciones por los siglos de los siglos.
El propio David no fue ese rey, ni tampoco lo sería su hijo ni ninguno de sus descendientes. Por eso, cuando abrimos el libro de Isaías, esperamos que este rey prometido del linaje de David cumpla las antiguas promesas de Dios a Abraham, Israel y David. Isaías no defrauda. Uno de los temas principales de este libro es la esperanza futura en este rey esperado.
En el capítulo 1, aprendimos que los gobernantes davídicos de Jerusalén se habían convertido en asesinos y ladrones (Isaías 1:21-26). Dios prometió que purificaría a Israel con un futuro acto de justicia divina, y que solo los que se arrepintieran serían redimidos. Se refería al imperio asirio que ya se asomaba por el horizonte, tomando ciudades israelitas por todas partes (Isaías 5:24-30). Pero él confiaba en la antigua promesa de Dios a David. Sabía que este acto de juicio no sería la última palabra de Dios. La esperanza que tenía Isaías respecto a un futuro gobernante se presenta en el capítulo inicial: “Entonces restauraré tus jueces como al principio… Después de lo cual serás llamada [Jerusalén] 'Ciudad de Justicia, la Ciudad Fiel'” (1:26).
Dios permite que el reino del sur y la familia de David pasen por el fuego y salgan del otro lado purgados y fieles. El objetivo final no consiste solamente en glorificar a Israel. El poema de Isaías 2:1-5 muestra que, cuando Dios restaure Jerusalén y la familia de Abraham, todos los pueblos serán atraídos al Reino de Dios, lo que dará lugar a la paz entre todas las naciones. El argumento de Isaías en los capítulos 1-2 puede resumirse así:
Pecado de Israel > Justicia divina por medio de Asiria > Restauración de Israel con un nuevo rey > ¡Paz en la Tierra!
El resto del libro de Isaías retoma y desarrolla este argumento, introduciendo nuevos cambios por el camino. Si comprendes esta trama básica, habrás captado la idea principal. Los poemas y las narraciones que se presentan a continuación muestran cómo Asiria llegó a la ciudad y destruyó gran parte del reino del sur (Isaías 3-11). Isaías se enfrenta a un rey davídico, Acaz (Isaías 7), que acaba siendo tan infiel como sus antepasados, y por eso Isaías espera un rey que sea como David y tenga una fe radical para salvar a Israel de la amenaza asiria. Ese es el rey descrito en el famoso poema de Isaías 9:1-7.
El pueblo que andaba en tinieblas Ha visto gran luz; A los que habitan en tierra De sombra de muerte, La luz ha resplandecido sobre ellos…
Porque un niño nos ha nacido, Un Hijo nos ha sido dado, Y la soberanía reposará Sobre Sus hombros. Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrá fin Sobre el trono de David Y sobre su reino, Para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia Desde entonces y para siempre. El celo del SEÑOR de los ejércitos hará esto.
(Isaías 9:2, 6-7)
Que el verdadero rey del linaje de David se ponga de pie, por favor…
¡Este sí que es un rey! Se le atribuyen algunos títulos extremadamente excelsos: Dios Poderoso, Padre Eterno y, célebremente, Príncipe de Paz. Cuando llegue este rey, será la encarnación del poder y la presencia del Dios de Israel, y hará que se cumpla la promesa de Dios a David.
Al seguir leyendo, te das cuenta de que, para Isaías, este rey venidero no solo solucionará la amenaza inmediata de los asirios, sino que su llegada provocará una renovación de la propia creación. El poema de Isaías 11 describe a este rey como el “retoño del tronco de Isaí” (11:1). Isaí era el padre del rey David, y fue la familia de David la que se vio amenazada por Asiria y la que más tarde sería llevada cautiva a Babilonia, truncando eficazmente la esperanza en el futuro.
A pesar de todo, por muy mal que estuvieran las cosas, Dios promete que de la línea familiar de Isaí iba a surgir un “nuevo David”. ¡Y este rey es asombroso! Está dotado del “séptuplo” Espíritu de Dios (Isaías 11:2-3), que le capacita para gobernar a Israel y a todas las naciones e instaurar una justicia perfecta. No solo eso, sino que la propia creación sufrirá una transformación (Isaías 11:6-9). Esto se representa poéticamente mostrando a las criaturas más violentas de su imaginación (leones, osos, lobos, cobras) jugando y acurrucándose con las criaturas más débiles y vulnerables en las que podía pensar (corderos, terneros, bebés humanos). El rey que lleve a cabo esta transformación se convertirá en un punto de encuentro para todas las naciones (Isaías 11:10).
Con toda esta esperanza, nos adentramos en el resto de Isaías buscando la identidad de este rey. ¿Quién será? El siguiente rey davídico que encontramos se llama Ezequías. Su historia se cuenta en los capítulos 36-39 de Isaías, y es un rey digno de admiración.
Es el rey que gobierna Jerusalén cuando llega la máquina de guerra asiria (Isaías 36-37). Su respuesta es exactamente la contraria a la de Acaz, su padre, cuyo fracaso se relata en Isaías 7. Ezequías se dirige directamente al templo y ora para que el Dios de Israel le libre, y eso es exactamente lo que ocurre. Esa noche, una misteriosa plaga se extiende por los campamentos asirios de las afueras de la ciudad, y Ezequías se despierta y contempla los cadáveres de miles de soldados asirios que rodean la ciudad. El rey de Asiria se retira. Nos quedamos pensando, ¡este Ezequías es un campeón! Seguro que es el príncipe de paz y el retoño del tronco de Isaí.
Pero entonces, como siempre ocurre en la Biblia, la siguiente historia echa por tierra esta descripción positiva de Ezequías. Isaías 39 cuenta la historia de un grupo de embajadores babilonios que llegan a Jerusalén para cortejar a Ezequías. Debes recordar que en 2 Reyes 18-25 los babilonios, vecinos de Asiria, conspiraban en secreto para derrocar al imperio asirio. Iban por todo el mundo antiguo formando alianzas para que les ayudaran a dar este golpe. Llegan a Jerusalén y Ezequías se siente halagado. Les muestra todo su tesoro y sus recursos (Isaías 39:1-2). Confió en el Dios de Israel en el momento de la crisis, pero en cuanto aparece una opción política mejor, Ezequías se desmorona. La posibilidad de tener la potencia armamentística babilónica en el bolsillo era más atractiva que atravesar otra crisis asiria de rodillas en oración. Entonces, Isaías se enfrenta a Ezequías (Isaías 39:3-4) y le dice que habrá graves consecuencias por este acto infiel. Estos babilonios con los que quiere aliarse se volverán en su contra en pocas generaciones, y Babilonia se convertirá de hecho en la destructora de Jerusalén. Los descendientes de la familia real de Ezequías serán tomados cautivos y llevados al exilio babilónico (Isaías 39:5-8). Y, como acabas de leer la historia de 2 Reyes, sabes que la advertencia de Isaías se hace realidad.
Así es como Isaías 1-39 llega a su fin. Nos habíamos hecho muchas ilusiones. Pensábamos que Ezequías era el rey prometido, y al final, él también fracasó, igual que David, Salomón y todos los demás. Aquellas promesas divinas de un rey futuro de los primeros párrafos del libro (Isaías 1, 9, 11) quedan pendientes e incumplidas.
Reflexiones finales
Sin embargo, al pasar al siguiente movimiento principal del libro, Isaías 40-66, estos capítulos retomarán este hilo y lo desarrollarán aún más en una dirección sorprendente. De momento, concluiremos observando la naturaleza de la “profecía mesiánica” de Isaías 1-39. El autor de Isaías quiere que veamos que la esperanza de un rey fiel que traería el Reino de Dios tiene raíces profundas que se remontan a David. Parece que esta promesa se mantuvo como una realidad potencial para cada generación de descendientes de David, pero, uno tras otro, todos fracasaron. Ezequías estuvo cerca, pero al final, incluso él quedó descalificado por su egoísmo y pecado. La promesa futura sigue retrasándose y postergándose hacia un futuro lejano.
Se trata de una concepción de la profecía mesiánica muy distinta de la concepción popular de los profetas (piensa en Nostradamus), que miraban en una bola de cristal y predecían acontecimientos muy alejados de su propia época. Los profetas bíblicos no actuaban así. Más bien, recurrían a las promesas de Dios del pasado (a Abraham y David) para generar esperanza en su propia época y más allá. Los profetas creían que las promesas del pacto de Dios llamaban a cada generación de Israel y a sus reyes al arrepentimiento y a la fidelidad. Pero, según cuenta la historia, ninguno de los descendientes de David estuvo a la altura de este llamado. Y entonces se produjo el exilio. Así fue como la promesa del Mesías se convirtió en una esperanza para un futuro lejano, una vez que el reino de David fue arrastrado a Babilonia.
Esta fue la historia en la que nació Jesús. La afirmación básica de los cuatro relatos de los Evangelios del Nuevo Testamento es que Jesús era ese Rey fiel del linaje de David. Él era aquel a quien toda esta historia había estado apuntando todo el tiempo. No por la profecía predictiva de Isaías, sino porque Jesús llegó y empezó a hacer cosas que hicieron que la gente se diera cuenta de que ese hombre estaba haciendo todas las cosas que Dios prometió a David y a Abraham. Aquellos antiguos poemas e historias proféticas crearon una especie de cartel gigantesco que anunciaba una vacante disponible: “Se busca Mesías”. Jesús llegó para postularse para el puesto y tuvo éxito. Pero la forma en que Jesús cumplió estas antiguas promesas también sorprendió a mucha gente. Ese será el tema central de nuestra exploración de Isaías 40-66.