Cuando los seres humanos eligen vivir como Jesús, disfrutan de "tesoros" en el Cielo. Estas recompensas son distintas de la riqueza física o los bienes materiales. Y no son ideas teóricas, como recibir oro en los cielos en el futuro o mansiones en las nubes. Por el contrario, son beneficios reales que se pueden experimentar en tiempo real, dones como: la paz, el amor sin temor, una sabiduría más profunda y todo tipo de sanidades.
La idea de las recompensas en el Cielo se encuentra sobre todo en el Sermón del Monte de Jesús. En Mateo 6:20, Jesús dice: “Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar” (NVI). Pero, ¿qué quiere decir Jesús?
La exhortación de Jesús a que acumulemos tesoros en el Cielo es una invitación a saborear, ahora mismo, cómo será la vida en el mundo renovado del futuro.
En todas las historias del Nuevo Testamento sobre Jesús, vemos que él ama a todas las personas y vive de acuerdo con el diseño original de Dios para los seres humanos. Jesús actúa con justicia, bondad y honradez para con todos. Es generoso, perdona a todos y trata a todos los seres humanos con compasión. En última instancia, nos está mostrando una vida humana llena de la recompensa del Cielo: la forma en que todas las personas vivirán cuando el Cielo y la Tierra finalmente sean uno.
Por lo tanto, cada vez que decidimos ser pacientes, amables y generosos con los demás, también empezamos a recibir, ahora mismo, la vida segura y eterna que vemos en Jesús. Es una paz real. Son recompensas reales e incorruptibles del Cielo que empiezan ahora y nunca se terminan.
¡Vale la pena acumular recompensas y tesoros como estos!
La vida a la que nos invita Jesús
Imagínate a una atleta olímpica, subida al podio más alto para recibir el codiciado premio. ¡La multitud ruge! Ella se inclina para recibir la pesada medalla de oro que va colgada al cuello, afloran sentimientos de validación y honor al recordar las incontables horas de entrenamiento que la han llevado hasta ese momento.
Pero, ¿es la medalla de oro la única recompensa? ¿O la medalla no es más que la culminación de un viaje ya de por sí gratificante?
Muchos se imaginan el concepto de “recompensa en el Cielo” como algo parecido a una medalla de oro. A veces cumplimos fielmente códigos morales estrictos y con apariencia de justicia para obtener bienes mejores y más lujosos en el Cielo después de la muerte. Desde esta perspectiva, seguimos enfocándonos en nosotros mismos y solemos suponer que las recompensas celestiales son solo para el futuro.
¿Y si, en lugar de eso, nos enfocamos en que la recompensa sea nuestro estilo de vida, para que así podamos experimentar el sabor de la vida en el Reino celestial de Dios aquí en la Tierra?
Cuando obedecemos las enseñanzas de Jesús de compartir nuestra comida con los que pasan hambre, de ayudar a cuidar a los enfermos o encarcelados y de practicar la hospitalidad en nuestros hogares, vivimos con una actitud de abundancia y generosidad. Así, experimentamos el tipo de vida que Dios dio por primera vez a la humanidad en el jardín del Edén.
Ya en Génesis, cuando Dios creó el mundo, plantó un jardín al este del Edén con numerosos y vibrantes árboles para proveer alimento. En el centro, Dios plantó el árbol de la vida y les dijo a los seres humanos que comieran todo lo que quisieran de ese árbol. Era un símbolo que indicaba que la vida misma incorruptible de Dios se daba gratuitamente. No había necesidad de competir por los recursos porque el jardín tenía suficiente abundancia para que todos comieran. No había necesidad de luchar por la superioridad porque, en el principio, la vida humana estaba a salvo, bien abastecida y llena de amor para todos.
El estilo de vida del jardín en el principio es esencialmente el estilo de vida del Reino al que Jesús nos invita ahora. Es la forma en que toda la humanidad vivirá al final.
La vida de Dios es interminable e imperecedera. Y es lo que los autores del Nuevo Testamento llaman “vida eterna”, que además es la recompensa final en el Cielo. En su oración como Sumo Sacerdote, Jesús dice: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
En el reino de Dios, esta vida eterna ya está ocurriendo, y Jesús nos enseñó a orar: “Venga tu Reino [de Dios], hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo”. El objetivo final de Dios no es llevarnos lejos de la Tierra, a un paraíso etéreo en el Cielo. Él está trayendo el Cielo a la Tierra y resucitando cuerpos humanos reales. Nos invita a vivir como si la reunión del Cielo y de la Tierra, y, la resurrección ya se hubieran producido.
El árbol de la vida del Edén nos recuerda que Dios nos da gratuitamente la vida imperecedera. En Cristo, Dios mismo nos muestra cómo vivirla, prometiéndonos que, si vivimos según su estilo, podemos experimentar la bondad que nunca se marchita. Eso no significa que ya estemos libres de sufrimiento (porque el Cielo y la Tierra aún no están completamente unidos), pero sí significa que cada momento de la vida al estilo de Jesús aporta un beneficio eterno.
Por un lado, podemos procurar recompensas trabajando como esclavos, ganando mucho dinero y obteniendo poder, influencia o incluso la fama de la medalla de oro. Pero todo lo que ganamos fuera del camino de Jesús es temporal. Se esfuma. “No se trata de si los tesoros humanos terminarán perdiéndose de algún modo –escribe el erudito bíblico Jonathan Pennington–, sino solo de cuándo”(1).
Por otra parte, podemos seguir trabajando, ahorrando o incluso ganando medallas de oro mientras vivimos con un amor generoso y puro por los demás, procurando recompensas en el Cielo. El oro y la gloria seguirán esfumándose, pero todo lo que demos y ganemos en el estilo de vida de Jesús permanecerá.
¿El que quiere azul celeste que le cueste?
La idea de esforzarse al máximo para obtener un mayor y mejor rendimiento de nuestra inversión es la base de nuestro sistema de recompensas. Por eso decimos: “el que quiere azul celeste que le cueste”, ¿verdad?
Del mismo modo, muchas veces trasladamos la idea de trabajar más duro para recibir mayores beneficios a nuestro concepto de las recompensas en el Cielo. Podemos pensar que, si hacemos más donaciones a obras de caridad, esto nos asegurará una mansión más grande en el Cielo. O que orar más tiempo o con más audacia nos dará mayores recompensas de parte de Dios.
En cierto modo, es verdad que obtendremos más recompensa divina si hacemos más bien a los demás. “No nos cansemos nunca de hacer el bien”, dice el apóstol Pablo en Gálatas 6:9. Pero los bienes resultantes no son como un Ferrari celestial o un yate. En cambio, obtenemos recompensas como el gozo y la gratitud de unos por otros cuando compartimos una comida o ayudamos a un vecino, o nos sentimos protegidos por Dios cuando caminamos a su lado (como en el primer jardín) confiando en él y siguiendo su ejemplo. Al asociarnos con Dios para servir a los demás, seguimos pasando por pruebas y sufrimientos, pero también empezamos a saborear la vida en la Tierra tal y como será para los seres humanos cuando el Cielo y la Tierra estén inseparablemente unidos.
Vivir al estilo de Jesús va a tener un costo para sus seguidores en cuanto a oportunidades de ascenso o de tener más bienes materiales. Sin embargo, cuando aprovechamos nuestras oportunidades y posesiones para el bien de los demás, nos liberamos del apego a cosas que ya se están marchitando. Al fin y al cabo, lo material nos pesa. Queremos amor, amistad y paz; sin eso, los bienes materiales no importan. Aprender a apreciar los bienes más preciados (“bienes” divinos como la verdadera compasión y el perdón generoso tanto para los seres queridos como para los enemigos) es aprender a atesorar las recompensas celestiales. Y en lugar de apegarnos a algo que muere, al final nos apegamos al amor incorruptible y vivificante de Dios.
El estilo de vida que perdura para siempre
Es bueno celebrar las recompensas que podemos recibir a lo largo de nuestra vida: trofeos, certificados de cursos completados y menciones destacadas en un boletín. Es incluso mejor recordar que un día los trofeos se oxidarán. Los certificados se guardarán en cajones y acabarán convirtiéndose en polvo. El boletín celebrará a otra persona. Estas recompensas son temporales, y está bien.
Jesús nos invita a recibir recompensas en el Cielo ahora mismo, participando de la vida divina de Dios y difundiendo esta vida (2) a quienes nos rodean. Nos pide que vivamos como sus co-gobernantes en el mundo de hoy, así como lo haremos en la era venidera.
Cada acto de amor, generosidad y cuidado tiene un impacto eterno y será recordado para siempre, porque el camino de Jesús no tiene fin. Cuando vivimos así, recibimos y acumulamos recompensas en el Cielo, participando ya en el Reino de Dios y en la vida buena y eterna
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Jonathan Pennington, The Sermon on the Mount and Human Flourishing: A Theological Commentary (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2017), 239. En español El Sermón del Monte y el florecimiento humano: Comentario teológico
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2 Pedro 1:4.