El rey David es una de las figuras más conocidas de la Biblia, y por una buena razón. De hecho, es el personaje más elaborado y complejo de todo el Antiguo Testamento. La cantidad de páginas dedicadas a contar su historia (desde 1 Samuel 16 hasta 1 Reyes 2) supera la de cualquier otra persona de la Biblia, excepto por Jesús (¡que tiene cuatro libros enteros en el Nuevo Testamento!) Esto invita a preguntarse: ¿por qué David recibe tanta atención? Claro, fue un rey importante, pero en términos de la historia general de la Biblia, ¿por qué David es tan importante? Había algo en David que cautivó la imaginación de los profetas y poetas bíblicos.
El autor bíblico diseñó estas historias para decir algo sobre el sistema de valores de Dios, que es tan diferente al nuestro, con el fin de generar esperanza para el futuro. Hagamos un rápido repaso de la historia de David.
Un don nadie
A diferencia de Saúl, el primer rey de Israel, David no tenía altura ni músculos a su favor (recuerda cómo la intimidante estatura de Saúl lo hacía atractivo como candidato a la realeza, 1 Samuel 9:2). Dios le reveló a Samuel que el verdadero rey de Israel y el sustituto de Saúl vendría de la tribu de Judá y del linaje de Isaí de Belén (recuerda la historia en 1 Samuel 16). Cuando Samuel apareció, vio a siete de los hijos de Isaí, muchos de los cuales también eran altos y guapos. Pero Dios fue claro, la apariencia externa nunca es un indicador fiable del carácter interno (1 Samuel 16:7: “Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”). Así que Isaí va a buscar al hijo olvidado del grupo, que estaba afuera cuidando las ovejas: el joven David. Descubrimos que este es el verdadero rey de Israel. Samuel lleva a cabo la antigua ceremonia de unción que se había realizado a los sacerdotes de Israel, vertiendo aceite sobre la cabeza de David. Aquí, en la sala de estar de su casa, David es nombrado el verdadero rey de Israel, sin pompa ni multitudes. Es el verdadero rey de Israel, pero lo interesante es que nadie más lo sabe todavía.
El autor bíblico vio al Dios de Israel obrando en la historia de David a través de formas tan únicas e importantes que distinguieron a David de entre todos los reyes de Israel. Las historias de David no se conservaron y elaboraron simplemente por interés histórico. Esta historia de los humildes orígenes de David llegó a personificar al rey ideal. Un gobernante que no fue exaltado sobre Israel por las expectativas o los estándares humanos. Más bien, fue elevado por la propia gracia y la sorprendente creatividad de Dios. Todo sucedió delante de las narices de Saúl, y eso no le hizo feliz.
El rey perseguido
El contraste entre el carácter de Saúl y David no termina con los relatos de sus orígenes. La mayor parte de la historia de 1 Samuel continúa narrando la gran hostilidad que surgió entre ellos debido a esta mismísima diferencia. La primera y mayor victoria de David sobre Goliat tuvo lugar cuando David rechazó las tácticas de Saúl de usar armadura y armas, y salió al campo de batalla para enfrentarse a un gladiador solo con su honda y su fe en su Dios (1 Samuel 17). Después de esto, David siguió ganándose el favor del pueblo hasta que su fama eclipsó la de Saúl (1 Samuel 18:7: “Las mujeres cantaban: ‘¡Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles!’”). Saúl no pudo soportar no ser más el centro de atención de Israel, por lo que el narrador dedica mucho tiempo a la creciente hostilidad de Saúl hacia David (1 Samuel 18-31). Este odio, nacido de los celos, acaba convirtiéndose en un complot para asesinarlo. David pasa mucho tiempo huyendo de un Saúl enloquecido que lo persigue por todo el desierto.
Pero incluso aquí vemos brillar el verdadero carácter de David. Su confianza en el Dios de Israel es tan profunda que tener que huir de su esposa, de su hogar o de su ciudad no hace tambalear su fe en la providencia de Dios. David tiene más de una oportunidad de matar a Saúl (las fascinantes historias de la “cueva” en 1 Samuel 24 y 26), ¡pero no lo hace! Confía y dice: “Sea el SEÑOR juez y decida entre usted y yo; que Él vea y defienda mi causa y me libre de su mano” (1 Samuel 24:15). Una y otra vez, vemos a David desempeñar el papel del humilde siervo de Dios, que no se impone hasta que Dios le da la oportunidad.
El siervo exaltado
David no fue desamparado por siempre. Saúl finalmente se hundió en la locura y la ruina, y murió en una espantosa batalla contra los filisteos (1 Samuel 30-31). Incluso en ese momento, David se afligió por la muerte de su enemigo. Es más, escribió un hermoso poema para honrar la memoria de Saúl y su hijo Jonatán, el querido amigo de David (2 Samuel 1). A partir de aquí, la narración se centra en la exaltación de David por parte de Dios. Su propia tribu solo lo quiere a él como rey (2 Samuel 2) y, sin ningún esfuerzo por su parte, la casa de Saúl se derrumba por completo (2 Samuel 3-4). Finalmente, todas las demás tribus israelitas vienen y le piden que también sea rey (2 Samuel 5). Una vez más, David simplemente es empujado a una posición de influencia, sin hacer nada más que esperar que Dios resuelva las cosas. Este es el mismo David que termina estableciendo Jerusalén como la capital de Israel y la prepara para la construcción del templo (2 Samuel 6).
Ya puedes empezar a ver por qué las generaciones posteriores de Israel recordaron este retrato de David con tanto cariño. Israel nunca tuvo otro rey como él, con la misma combinación de talento increíble y extrema humildad. Él personifica el mismo tipo de fe radical que Abraham demostró cuando miró a las estrellas y confió en que Dios podía formar una nación entera a partir de él y Sara (recuerda Génesis 15). Es a este David “lleno de fe” a quien Dios hace su siguiente promesa de alianza en 2 Samuel 7, una de las historias más importantes del Antiguo Testamento. Dios dice que un día levantará de la línea de David un “descendiente” (en hebreo, literalmente, “semilla”) que construirá un templo y gobernará un reino eterno. Este rey estará tan estrechamente alineado con la voluntad de Dios que será como el hijo de Dios, y Dios será el padre de este rey (2 Samuel 7:12-14).
En este punto, los lectores cristianos del Antiguo Testamento se emocionan mucho. Pero luego, cuando leemos la siguiente parte de la historia, nos quedamos perplejos. Dios dice:
“Yo seré padre para él [este futuro rey] y él será un hijo para mí; cuando peque, lo corregiré con vara de hombres y con azotes de hijos de hombres, pero mi misericordia no se apartará de él, como se la quité a Saúl, a quien aparté de ti” (2 Samuel 7:14-15).
En este punto, es posible que nos digamos: “Espera un momento. ¿Cuando peque...? Pensé que esto era una referencia a la venida de Jesús, pero esa parte no suena como Jesús”. Y tienes razón. Eso es porque no se trata de una profecía mesiánica directa en el sentido de predicción y cumplimiento. Esta promesa divina te prepara para leer sobre todos los descendientes de la línea de David que van a fracasar miserablemente y nunca estarán a la altura de la humilde fe de su antepasado David. Incluso después de que la línea de David complete su fracaso real y lleve a la nación de Israel a la ruina (¡bienvenido a los libros de 1 y 2 Reyes!), esta promesa divina sigue en pie. Es esta esperanza perdurable de un futuro rey que no será como los descendientes de David ni tampoco será como el mismo David, que se aprovechó de Betsabé; este es el semillero de las visiones de los profetas bíblicos de un futuro rey mesiánico.
Esta esperanza se expresa en todos los libros proféticos (véase Isaías 9, 11). Un día, vendrá otro rey que no repetirá los fracasos de Saúl. Será como David, o como dijeron Jeremías y Ezequiel, este nuevo rey será simplemente “David” (Jeremías 30:9; Ezequiel 34:23). Estos dos profetas vieron en sus vidas cómo los descendientes de David eran llevados al exilio, tal y como Dios dijo que sucedería. Pero cuando buscaron el futuro cumplimiento de la promesa de Dios, no buscaron un nuevo Saúl, ni siquiera un nuevo Salomón. Más bien, esperaban un nuevo David, otro rey humilde que se sometiera a la voluntad de Dios. Un rey con una confianza radical en Dios su Padre, que permitiría que su Padre lo exaltara en el momento adecuado. Un rey que viniera de Belén como David y que no tuviera rasgos externos que lo distinguieran como el ungido de Dios. Un rey siervo como David que no se abriera camino a la fuerza hacia el poder. El verdadero rey de Israel, que sería perseguido por sus compatriotas israelitas...
Dejemos que Jesús nos cuente la verdad
En una conocida historia, Jesús y sus discípulos caminan por un campo de trigo durante el Sabbat, recogiendo y comiendo alimentos por el camino (Mateo 12:1-7). Según la interpretación de la Torá que tenían los fariseos, esto era una forma de “trabajo” en Sabbat. Lo acusan de infidelidad al Dios de Israel, y Jesús responde de una manera muy extraña. Pregunta si estos fariseos, cuya profesión era leer e interpretar la Biblia, alguna vez habían leído la Biblia (“¿No han leído...?” dice en Mateo 12:3). Específicamente, quiere saber si alguna vez habían considerado la historia de David cuando entró en un templo israelita y tomó el pan sagrado que estaba asignado solo para los sacerdotes (Mateo 12:4, aludiendo a la historia en 1 Samuel 21). También quiere saber si alguna vez habían pensado en el hecho de que los sacerdotes de Israel, que ofrecen sacrificios, también “trabajan” durante el Sabbat. Luego continúa diciendo: “Pues les digo que algo mayor que el templo está aquí” (Mateo 12:6).
¿Qué tiene que ver esa historia sobre David y los sacerdotes con este conflicto que Jesús tiene con los fariseos?
Piénsalo: ¿Jesús elige una historia de qué período de la vida de David? 1 Samuel 21 proviene precisamente del período en el que David ya había sido ungido como el verdadero rey de Israel, aunque nadie más reconocía ese hecho. El líder de Israel, Saúl, perseguía a David porque ignoraba el verdadero propósito de Dios de exaltar a este don nadie de la tribu de Judá.
Al citar esta historia de 1 Samuel 21, Jesús se pone en el lugar de David y pone a los fariseos en el lugar de Saúl. A continuación, se pone en el papel de los sacerdotes de Israel, que tienen la autoridad única de representar a todo Israel ante Dios y, por lo tanto, pueden trabajar durante el Sabbat de ser necesario. Para rematar, Jesús dice que él es la verdadera encarnación, la realidad a la que el templo ha estado apuntando todo el tiempo: la reunión del Cielo y la Tierra, de Dios y la humanidad.
Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, Jesús vio que su papel como Mesías de Israel era esperar pacientemente que Dios lo exaltara como Rey. Anticipó que vendría la persecución de su propio pueblo, tal como le sucedió a David. Las historias sobre David proporcionaron el modelo de la vocación mesiánica de Jesús, y personificaron el sistema de valores invertido del Reino de Dios del que Jesús siempre hablaba. Es un Reino donde los pobres y perseguidos son los más exaltados, y los débiles son los elegidos de Dios (vuelve a leer las famosas bienaventuranzas en Mateo 5:1-7 a la luz de la historia de David). Cuando Jesús leyó las historias de David, no fue para aprender datos interesantes sobre la historia de Israel. Al igual que los profetas, Jesús leyó la Biblia como una historia profética que apuntaba hacia la esperanza futura del Reino mesiánico de Dios. Estas historias sobre David fueron diseñadas para fomentar esa misma esperanza, en la época de Jesús y en la nuestra.