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¿Juicio o crueldad? La conquista de la Tierra Prometida

Conquista y controversia en la Tierra Prometida

Hay pocas historias en el Antiguo Testamento tan desafiantes y preocupantes para los lectores modernos como la orden dada por Dios a los israelitas de deshacerse de los cananeos y apoderarse de sus tierras (véase Deuteronomio 7 ó Josué 6-12). ¿Es este el mismo Dios que se reveló en la vida, muerte y resurrección de Jesús? ¿Se puede considerar esto un genocidio? ¿Cómo podemos conciliar estas ideas con la enseñanza de Jesús sobre amar a tus enemigos o con su decisión de dar la vida por sus enemigos? Esta cuestión en particular hace que mucha gente evite el Antiguo Testamento e incluso el Nuevo Testamento porque se le atribuye culpa por asociación. El Nuevo Testamento es, después de todo, parte de la misma Biblia que incluye la violencia sancionada por Dios contra estos grupos de personas.

Este es un tema extremadamente complicado. Plantea cuestiones históricas y desafíos de interpretación. También genera preguntas teológicas sobre el carácter de Dios. No pretendemos que un breve artículo pueda satisfacer las preguntas de todos, pero, al menos, queremos exponer un puñado de factores realmente importantes que hay que tener en cuenta a la hora de resolver estas cuestiones.

El juicio divino no equivale a la violencia humana

La antigua conquista israelita de Canaán describe un acontecimiento limitado que no se repitió en su historia (los relatos pertinentes se encuentran en Números 21 y 31, Josué 6-12 y 1 Samuel 15). No todas las guerras de Israel fueron aprobadas por Dios. De hecho, algunas fueron claramente condenadas como acciones de reyes orgullosos y codiciosos, o de rivales militares. A veces, la gente percibe todo el Antiguo Testamento como un libro lleno de violencia y piensa que todas las guerras que se relatan en él son ordenadas por el Dios de la Biblia. Esta es una caricatura falsa.

La conquista de Canaán transcurrió en una sola generación (la de Josué) y fue limitada en tiempo, lugar y alcance. La palabra “genocidio” no es técnicamente precisa ni útil para describir estas batallas, por diversas razones.

Este no fue un conflicto de “Israel contra Canaán” basado en la identidad étnica. Hubo muchos cananeos que reconocieron al Dios de Israel como el Señor de todas las naciones y se unieron al pueblo del pacto (Rahab en Josué 2, los gabaonitas en Josué 9). Esto no se habría permitido si hubiera sido una guerra por motivos étnicos. Muchas de las batallas comienzan cuando una alianza cananea ataca a los israelitas, y estos se defienden y ganan. Los conflictos, relatados en Josué 9-11, comienzan cuando varios reyes cananeos forman coaliciones y atacan a los israelitas. Desde la perspectiva de los israelitas, se trataba de batallas por la supervivencia contra ejércitos hostiles, no contra personas indefensas.

El lenguaje utilizado en algunas de estas historias de batallas es contundente e intenso: “no dejaron ningún sobreviviente” y “los israelitas los aniquilaron por completo”. Pero una lectura atenta, junto con una comparación con otras narraciones de batallas del antiguo Cercano Oriente, muestra que el autor de Josué emplea estas frases como hipérbole intencional. Por ejemplo, hay ciudades que los israelitas conquistan de las que se nos dice que ningún cananeo sobrevivió (Hebrón y Debir en Josué 10:36-39). Pero solo unos capítulos más tarde, cuando otros israelitas van a estas ciudades, todavía había cananeos viviendo allí (véase Josué 15:13-15).

Como hemos dicho, los israelitas no lograron una eliminación radical de todos los cananeos. Las ciudades que conquistaron eran pequeñas ciudades fronterizas estratégicas desde el punto de vista militar, rodeadas de murallas. Sus habitantes eran en su mayoría soldados.

La paciencia divina frente a la maldad humana

También debemos reconocer que hay una historia no contada entre Dios y los cananeos de la que solo tenemos indicios en el Antiguo Testamento. Desde que Abraham llegó por primera vez a la tierra, se nos dice que los cananeos (llamados “amorreos”) eran muy corruptos e injustos moralmente, y que Dios estaba siendo paciente con ellos:

“Cuatro generaciones después, tus descendientes volverán a este lugar (Tierra Prometida), porque antes de eso no habrá llegado al colmo la iniquidad de los amorreos (grupo de personas cananeas)” (Génesis 15:16 NVI).

Esto es muy similar a la paciencia que Dios tuvo con el faraón durante generaciones, dándole a Egipto diez oportunidades “finales” para cambiar de rumbo. Textos como Levítico 18:24-25 y 20:22-24 describen comportamientos sexuales destructivos, injusticia y adoración ritual dañina (mutilación corporal), junto con la práctica generalizada y aborrecible del sacrificio de niños. La cultura cananea se describía como completamente corrupta, especialmente en lo que respecta a la violencia y el abuso de los más vulnerables de sus comunidades.

El Antiguo Testamento presenta a los israelitas como un instrumento de la justicia divina. Aquí no se describen como guerras de saqueo o de conquista de poder. Más bien, la conquista israelita de Canaán se describe como un acto de castigo divino sobre una sociedad extremadamente corrupta.

Imparcialidad divina

Dios es constante y no tiene favoritos. Advirtió a los israelitas de que, si rompían el pacto y adoptaban la cultura y las prácticas religiosas de los cananeos, sufrirían las mismas consecuencias. En el pacto se establecía claramente que, si se comportaban de la misma manera que los cananeos, Yahweh los trataría como a sus enemigos y les infligiría el mismo castigo (Deuteronomio 28:25-68). Por supuesto, eso es precisamente lo que sucedió. El objetivo del libro de Jueces es mostrar cómo los israelitas se fueron “cananeizando” progresivamente, con resultados catastróficos.

En todo caso, el Antiguo Testamento muestra que el estatus de Israel como pueblo elegido por Dios los expuso a la justicia de Dios más que a cualquiera de las naciones circundantes, incluidas las que conquistaron (véase Amós 3:2 para una importante declaración sobre este punto). Muchas generaciones de israelitas experimentaron la justicia de Dios a manos de sus enemigos, en comparación con la única generación de cananeos. Es simplemente una distorsión de la enseñanza decir que Dios siempre está a favor de Israel y en contra de todas las demás naciones. Dios realmente no tiene favoritos en el Antiguo Testamento. Es cierto que eligió a la familia de Abraham y los protegió en muchas ocasiones. Pero esto era parte de un plan más amplio para restaurar la bendición divina a todas las naciones. Si no lograban cumplir este propósito volviéndose como los cananeos, experimentarían el mismo destino.

No se trata de Israel contra Canaán, sino de Dios contra la maldad humana

Hay una historia sumamente importante que da inicio a todas las batallas entre Israel y los cananeos. El ángel del Señor se enfrenta a Josué cerca del río Jordán (véase Josué 5:13-15). Josué pregunta si el ángel está del lado de los israelitas o de sus enemigos. Con estas palabras, Josué revela su comprensión de las batallas que se avecinan: Dios está a favor de Israel y en contra de los cananeos. El ángel lo corrige rápidamente diciendo: “No. Yo soy el capitán del ejército del Señor”. El punto de vista es claro. Dios va a juzgar la maldad humana. La verdadera pregunta es si Israel está del lado de Dios.

Este tema se destaca en muchas de las historias de batalla. La mayoría de las veces, Dios es quien lidera la batalla y los israelitas son los responsables de la limpieza. Jericó es un gran ejemplo de esto, ya que los israelitas desempeñan un papel menor en derribar los muros (¡tocar las trompetas no cuenta como una forma de demolición antigua!). Los israelitas estaban en inferioridad numérica y armamentística, y luchaban contra ciudades fortificadas y ejércitos profesionales. No tenían un ejército permanente y no eran soldados profesionales. Eran una milicia en desventaja que luchaba contra ejércitos profesionales y caballería. Dada su enorme desventaja, la probabilidad de que cada batalla resultara favorable a los israelitas era casi imposible: estaba claro que en ello intervenía la mano de Dios.

Preludios de paz

Aunque los cananeos como naciones estaban sujetos al juicio de Dios, tuvieron décadas de advertencia previa (recuerda lo que le sucedió al faraón). La conquista de Canaán no los tomó por sorpresa; además, los que declararon fe en Yahweh se salvaron (ver la confesión de Rahab en Josué 2:8-11).

Rahab es uno de los primeros y más destacados ejemplos. Aunque era una prostituta (una posición social baja en la cultura cananea), su vida y la de su familia se salvaron porque creían en el Dios de Israel. De hecho, la incorporación de Rahab a la comunidad de fe fue tan completa que, por la providencia de Dios, ¡se convirtió en la antepasada de Jesús (véase Mateo 1)! Dios puede y está dispuesto a salvar a todos. También se nos dice que toda la tribu de los gabaonitas escapó del juicio de la misma manera (Josué 9). Estas historias nos llevan a creer que muchos cananeos escaparon del juicio impuesto a su pueblo por el arrepentimiento y la fe en Yahweh.

Josué a la luz de Jesús

No todas estas reflexiones serán convincentes para todos, y ninguna de ellas debe tomarse de forma aislada. Sin embargo, es importante ver que se trata de una cuestión moral compleja y que las respuestas simples son engañosas e inútiles. Desde la perspectiva del Antiguo Testamento, en última instancia, estamos tratando una cuestión sobre la justicia de Dios. Nos unimos a Abraham, que, ante Sodoma y Gomorra, intercedió por sus habitantes cuando preguntó: “El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?” (Génesis 18:25).

El panorama cambia significativamente cuando situamos estas historias en el contexto bíblico más amplio que nos guía a Jesús. Jesús rechazó explícitamente la violencia como medio para promover el Reino de Dios en la Tierra. De hecho, dijo que la violencia era rendirse ante las mismas fuerzas del mal (Mateo 26:51-56). Enseñó que el gobierno de Dios se expresa a través de la resistencia no violenta y sirviendo a los enemigos con amor y oración (Mateo 5:38-48). En última instancia, para Jesús, esto no era solo una cuestión de palabras. Fue a Jerusalén para la Pascua, para ser entronizado como el Rey mesiánico de Israel. Y lo hizo entregando su vida... deliberadamente. Jesús se enfrentó a los poderes oscuros del mal y, como dice Pablo, “habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). La victoria al revés de la guerra de Jesús contra el mal humano se produjo cuando murió en nombre de sus enemigos.

Ser cristiano es creer que, cuando miramos a Jesús, vemos revelada la verdadera naturaleza y carácter de Dios (“El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”, Juan 14:9). Las limitadas ocasiones en las que Dios autorizó la violencia aparentemente no fueron algo que hiciera con placer. En la derrota de los cananeos, vemos la “extraña obra” de Dios, como la llamó Isaías (Isaías 28:21). Fue una decisión necesaria que no expresa el propósito final de Dios en el mundo, ni su corazón por las personas. Cualquiera que haya estado en una posición de liderazgo sabe lo que es enfrentarse a decisiones complejas en las que no hay buenas opciones, solo posibilidades malas o peores. Creer que Jesús revela a Dios significa que nuestro fundamento para entender el carácter de Dios está en su vida, muerte y resurrección.

Lo último que nos gustaría considerar es la cruz de Jesús. En la ejecución de Jesús en la cruz, el Nuevo Testamento nos pide que veamos el amor y el latido del corazón de Dios por toda la humanidad quebrantada y perdida. En la cruz, Dios se une a los abandonados por Dios, entre ellos los cananeos. La muerte y resurrección de Jesús muestran que Dios no está lejos de las tragedias de la injusticia y la muerte. Más bien, en Jesús, Dios ha participado plenamente en estas horribles realidades y las ha superado con su amor y su vida. Podemos unirnos a Abraham y esperar algo más que la justicia divina. Nuestra esperanza está impregnada del poder de la resurrección de Jesús, que es en última instancia el poder vivificante del amor de Dios.

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